El valor de la Familia

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El valor de la familia

Elaborado por: Diana Sánchez

“El amor nunca termina, cuando la familia está unida"

La familia es el núcleo de la sociedad, porque de ella nacen los más importantes valores que nos definen hasta la adultez. Pero descubrir la raíz  para forjar dichos valores, es una meta alcanzable y necesaria para lograr un modo de vida más humano, que posteriormente se transmitirá a la sociedad entera.

El valor de la familia va más allá de los encuentros habituales, los momentos de alegría y la solución de problemas que quizás cotidianamente se enfrentan. Este valor nace y se desarrolla cuando cada uno de los miembros asume con responsabilidad y compromiso el papel que desempeñan en la familia. 

El bienestar, el desarrollo y la felicidad son claves importantes que dan valor al vínculo familiar. Si papá no llega a casa y no charla con sus hijos, mamá no pone atención a los demás, ¿cómo se puede pretender que los hijos entiendan que deben ayudar, conversar y compartir con los demás?

Esto es importante decirlo, “se educa con el ejemplo”, y es ahí donde entendemos que, como miembros de una familia, estamos íntimamente ligados a los comportamientos de cada integrante. Tanto papá y mamá, hasta el más pequeño de nuestros hermanos, debemos entender y aprender a vivir en armonía.

Otra idea fundamental es que en casa todos somos importantes, no existen logros pequeños, nadie es mejor o superior. Se valora el esfuerzo y dedicación puestos en el estudio, en la ayuda en casa y en el trabajo más que la perfección de los resultados obtenidos. 

Se tiene el empeño por servir a quien haga falta, para que aprenda y mejore; participamos de las alegrías y apoyamos en los fracasos, del mismo modo como lo haríamos con un amigo.

Saberse apreciado, respetado y comprendido, favorece a la autoestima, mejora la convivencia y fomenta el espíritu de servicio dentro de la familia.

Sería utópico pensar que la convivencia cotidiana estuviera exenta de diferencias, desacuerdos y pequeñas discusiones. La solución no está en demostrar quién manda o tiene la razón, sino en mostrar que somos comprensivos y tenemos autodominio para controlar los disgustos y el mal genio. 

Todo conflicto cuyo resultado es desfavorable tanto para los padres como para los hijos, disminuye la comunicación y la relación, hasta que poco a poco la alegría se va alejando del hogar. Se pierde el verdadero valor, la unión y el bienestar, la armonía de vivir y compartir en familia, el ser feliz.

Reconocer los valores

Es importante recalcar que los valores se viven en casa y se transmiten a los demás como una forma natural de vida, es decir, ser ejemplo.  

Actualmente dentro de una familia aquellos se distinguen varios valores que son: respeto, capacidad de trabajo, responsabilidad, confianza, empatía, sociabilidad, comprensión, solidaridad, etc., valores que se aprenden con los padres y se perfeccionan a lo largo de la vida según la experiencia y la intención personal de mejorar.

Podríamos preguntarnos: ¿cómo saber si en mi familia se están cultivando los valores? 

Si todos dedican parte de su tiempo para estar en casa y disfrutar de la compañía de los demás, buscando conversación, estrechar la relación entre uno y otro con cariño, dejando las preocupaciones y el egoísmo a un lado, sin lugar a dudas la respuesta es afirmativa.

Amor, es la pieza fundamental para el desarrollo del valor de la familia, da sentido a lo que hacemos y compartimos, quizás la clave máxima de la felicidad. El más importante de los valores que nace incluso antes de la creación del vínculo familiar. Y aquí un pensamiento que lo puede definir: “El amor nunca termina, cuando la familia está unida.”

Enfoquémonos que para alcanzar la felicidad necesitamos fomentar el amor que nace en la familia, cultivemos ese sentimiento que dará frutos en la unidad, el desarrollo de los hijos, la salud afectiva de la pareja y por consecuencia el bienestar de los padres. Cuando se aprende a darlo a los demás, en la familia se aprenden las formas de expresión de dicho amor y se aprende a compartir y a aceptar a los demás.

La familia perfecta sí existe, es aquella que protege, que se cuida, que comprende, que siente compasión y acepta a los suyos tal y como son. 

Crecer con estos nutrientes fortalece nuestra identidad y, además, nos hace sentir seguros y capaces de crear la vida que deseamos en libertad en bienestar.