Elaborado por: Andrea Zapata

¿Los has visto?
¿Dónde están? Quizás jugando con sus nietos a las escondidas u olvidados en alguna esquina. Algunos son cariñosos, otros cascarrabias, ríen al recordar anécdotas del pasado o lloran porque no pueden ni memorizar su propio nombre.
Los abuelos de todos, abuelos de nadie. Pasarán sus últimos días descansando cómodamente junto a sus seres queridos, o quizás esperando la pronta llamada de la muerte en algún asilo. Luchan por encajar en un mundo que no logran comprender del todo, donde la mayoría parece ignorar su presencia y con suerte los buscarán de vez en cuando para obtener un ápice de su sabiduría. En ciertas comunidades serán bien respetados y considerados sabios y líderes por el largo trayecto caminado, en otros lugares los tratarán de viejitos chochos, de delirantes, de quisquillosos o loquitos.
INDOLENCIA
Muchos de ellos se irán sin pena ni gloria, quizás nadie note su ausencia, no les darán un último adiós, el abrazo de una persona amada, ni siquiera se derramarán unas pocas lágrimas de cocodrilo por compromiso o lástima. No accederán a un funeral digno, nadie los recordará y será como si jamás hubiesen pasado por aquí. Habrán dado su vida, su trabajo y su tiempo a una sociedad que ya no tiene tiempo para ellos, que los ve como un estorbo, que los invisibiliza y ya los dejó de considerar como parte de la misma desde el momento en el que dejaron de ser productivos.
OLVIDO
Hay casos y casos, pero es de ellos de quienes quiero hablar ahora. De los olvidados, de aquellos que ya se han ido, de los que deambulan por las veredas buscando un pan para matar el hambre o un periódico para engañar al frío. De los que no tienen nietos para contarles fantásticos cuentos ni reciben un beso de buenas noches todos los días. De los que a su edad siguen luchando, trabajando de sol a sol por meros centavos, viéndose obligados a pedir limosna porque ya sus huesos y los años no perdonan, porque el dolor y el cansancio es más fuerte que las ganas de seguir respirando. Nadie se preocupa por ellos, apenas si los comprenden. Alguien sentirá lástima por alguno y le dará unas monedas para acallar su conciencia, tras lo cual procederá a olvidar su existencia.
¿Quién les ha fallado? ¿Por qué lo permitimos? ¿Es justo verlos en la calle para que vivan por su cuenta? Sin dinero, sin oportunidades, enfermos, solos, agotados.
En un país donde la mayoría ni siquiera puede acceder a las medicinas y cuidados que necesitan, ¿podemos realmente decir que nos preocupamos por su bienestar? ¿Es justo ponerse la mano en el pecho, darles un abrazo o tomarnos fotos con ellos cuando sirve a algún propósito político o de interés personal, y luego volver a dejarlos en el más absoluto abandono?
UNA VIDA, UN FINAL
Temerosos, deprimidos, sin esperanza alguna, así es como gran parte de estas personas pasarán sus últimos días. Esperando que quizás alguien los visite, que por casualidad quieran acordarse de que siguen aquí, de que aún respiran, de que importan, de que están vivos.
Tal vez solo rogando que alguien los escuche, que les regalen unos momentos para interesarse por lo que tienen que decir. Poder cambiarse de ropa todos los días, el acceso a la comida, agua potable, medicinas, cuidado médico, salud de calidad. ¿Es mucho pedir? ¿No es lo menos que merecen después de haber dado años de su tiempo y su trabajo a otros? ¿Una vida digna? ¿Una vejez decente? ¿No es lo que buscamos todos?
HACIA ALLÁ VAMOS
Cuando el paso del tiempo nos traicione, las canas nos delaten y cada arruga tenga una historia, lo menos que podremos esperar será hacer esa transición de la forma más tranquila y humana posible. Caminando con paso lento, con los acaches propios de la edad, esperando tener el respaldo de familiares y amigos. Cuando empecemos a perder a los que amamos y el duro peso de la realidad quiera aplastarnos, por lo menos querremos tener la esperanza de que no partiremos estando solos, de que todavía importamos, que no todo ha sido en vano.
Nuestro reconocimiento por todos aquellos abuelos que ya no tienen a nadie a quien acudir, a quienes sus allegados, la sociedad y el estado les ha dado la espalda, a los que mueren todos los días en algún callejón sin una mano amiga. Lo siento por no poder haber hecho más, por haberles fallado, por haberles hecho sentir que no importaban, que sus vidas no tenían sentido. Pensaré en ustedes esta noche antes de irme a dormir y mañana al despertar. Trataré de recordar su nombre y sus rostros, aunque jamás los haya conocido, inventaré unos en mi memoria para ustedes, para cada uno. Lo siento mucho y les prometo que trataremos de hacerlo mucho mejor, por los próximos que vienen y para todos los que aún quedan, no volverán a ser olvidados nunca más.
EL AHORA, EL HOY, EL DÍA A DÍA
Cuando esa generación nos deje por completo, tendremos que estar atentos a lo que nos tocará vivir, porque somos nosotros los que vamos hacia esa vida, somos nosotros los futuros abuelitos, dependerá de este presente para que no suceda lo que ya ha pasado, enseñar, construir, edificar familias unidas, respetuosas, libres, llenas de amor y cariño, esa es la fórmula para un futuro digno y lleno de felicidad.